Una anciana fue a visitar a su dentista.
Cuando llegó su turno, se sentó en la silla, se bajó los calzoncillos y levantó sus flacas piernas por completo.
El dentista se sorprendió y con los ojos bien abiertos gritó: “Señora, por favor, súbase los pantalones. ¡No soy ginecólogo!
“Lo sé”, dijo la anciana.
“Solo quiero que le saques los dientes a mi marido”.