Un anciano jubilado padecía desde hacía algún tiempo graves problemas de audición.
Fue al médico y éste logró que le colocaran un par de audífonos que le permitieron oír mejor que nunca antes.
Un mes después, el anciano volvió al médico.
El médico dijo: “Su audición es perfecta. Tu familia debe estar muy contenta de que puedas volver a oír”.
El caballero dijo: “Oh, aún no se lo he dicho a mi familia. Simplemente me siento y escucho las conversaciones. ¡He cambiado mi testamento tres veces!